Vivimos en una constante batalla dialéctica sobre qué está bien y
qué está mal, sobre qué es cierto o qué es falso, sobre si fue
cobra o no lo que David Bisbal le hizo a Chenoa. Roberto Bolaño era
un buen discutidor. Cuenta Vila-Matas que la última vez que lo vio
le habló muy mal de Bush, algo que le parecía lógico. Sin embargo,
Bolaño le defendió algunos aspectos de la administración Bush, con
tal de refutar algo. Discutir,
discutir, discutir. Es algo magnífico. El problema viene cuando hay
temas que no admiten discusión, y sin embargo lo hacemos; y más
problema aún cuando las instituciones que nos representan, entre las
que voy a incluir los medios de comunicación, crean controversia en
temas en los que difícilmente entra el debate, cuando su misión
debe ser la de educar. Uno de estos temas es la mujer.
Hay dos puntos en la sociedad en
los que la mujer está siendo una víctima incuestionable, una
víctima sin defensa por ciertos clichés tan arraigados a los
habitantes españoles que parecen normales. Uno de ellos es el
maltrato. Estamos acostumbrados a él, a que aparezcan todos los días
noticias de mujeres asesinadas, de mujeres pegadas. Tan acostumbrados
que ya difícilmente son noticia. Cuando esto ocurre el
acontecimiento suele ocupar dos o tres minutos en el telediario y una
columnita en los periódicos. Una sacudida de conciencia en toda
regla. Sin embargo, cuando una mujer hace una denuncia falsa, se
presiona el botón rojo del escándalo inmediatamente, y toda España
entra en una espiral de debates sobre las ventajas que tienen
nuestras mujeres ante la justicia por ser mujeres, sobre qué pasa
con los hombres maltratados, sobre cuánto caso hay que hacerle a una
denuncia... Y el debate no sólo lo crea el ciudadano. Por ejemplo,
una mujer hizo una denuncia falsa hace poco y dijo que su pareja la
había maltratado poniéndole pegamento en la vagina. La mayoría de
telediarios ocupó algo más de tres minutos en aclararnos la
noticia, y El Mundo,
periódico conocedor de que sólo el 0,4% de las denuncias por
maltrato son falsas en el caso de las mujeres, creyó oportuno hacer
un reportaje a doble página con una foto bien grande de la falsa
denunciadora en el que se podía leer el siguiente titular: «La
mentirosa del pegamento».
Desconozco cuál era el objetivo de tan extenso reportaje. Lo que sí
tengo claro es que dándole voz a un suceso tan anecdótico en cuanto
al volumen de las verdaderas víctimas, se enfanga el debate, se crea
la opinión de que tampoco los hombres son tan malos. Y ese no es el
asunto. La cuestión es que cientos de miles de mujeres son víctimas
de un machismo aplastante cada año.
Otro
ejemplo que me dejó perplejo fue un tweet
de la Policía hace poco: «Hoy
es el amor de tu vida y mañana, si te he visto no me
acuerdo...Piensa dos veces antes de enviar una foto subidita de tono.
Evita #sextorsión».
De nuevo creo que el enfoque no es el oportuno. Yo pienso que, en
lugar de aleccionar a una mujer para que no envíe fotos a quien ella
elige que debe ser condescendiente con su privacidad, se debería
aleccionar al ser que, en un acto de hombría fanfarrona, decide que
la privacidad de otra persona debe ser objeto conocido para todo un
pueblo o toda una ciudad. Con ese tweet,
la policía carga de responsabilidad a la víctima, es un «mira
que te avisé»
insensato. Porque lo cierto es que hay personas que piensan que si la
foto de una chica circula por las redes es por culpa de ella, por ser
«tan
inocente de mandar esas cosas sabiendo lo que luego pasa».
Y si la policía, cuerpo encargado de nuestra seguridad, ofrece un
argumento de ese estilo, está dándole la razón a todo el machismo
que cree incondicionalmente que la mujer va de víctima, que es el
enemigo, que va provocando.
Publicado en Andalucía Información (4/11/2016)
Foto: Sólo mía.
El inicio muy Cortázar
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